Después de casi un mes de cansancio nocturno, retomo mi blog. Hoy he dudado sobre qué escribir, pero al final me he animado para escribir sobre curiosidades de genios que todos conocemos.
Muchas veces me he preguntado si los maestros se dan cuenta de lo que tienen entre mano, si los profesores son capaces de sacar todo el jugo a sus alumnos o mejor aún, si consiguen que los alumnos puedan sacar todo su capacidad en un futuro. Tuve la suerte de pertenecer a un curso de bachillerato de primer nivel, donde ahora mismo hay médicos reconocidos, ingenieros de primer nivel, responsables empresariales y administrativos e incluso, un puntero internacional en su campo. Pero también ha habido sorpresas, gente que cuando estudiaba no llamaba la atención y después, por lo que sea, destapa el tarro de las esencias y consigue llegar mucho más lejos de lo que se pensaba. El típico comentario de “nunca hubiera dicho que…”
Pero esto no nos pasa sólo en la vida cotidiana. Hay ejemplos de genios que han sufrido en sus carnes esto, algunos muy significativos y algunos de estos casos, los contaré hoy.
Empezaré con la mente que representa al siglo XX. Albert Einstein es, sin lugar a dudas, un genio. Sin embargo, aunque sus estudios de joven fueron brillantes, con 16 años intentó ingresar en la Universidad de Zurich, pero fue rechazado por suspender en lengua extranjera y biología y tuvo que dedicar un año a prepararse hasta que lo consiguió. Era brillante, pero poco más. Sin embargo, en la Universidad conoció a Mileva Maric, una estudiante serbia que consiguió dar con la fibra sensible de Albert y sacarle todo su jugo. Einstein era un magnífico físico, pero Mileva era una extraordinaria matemática. Terminaron simultáneamente sus estudios y Einstein propuso una tesis doctoral que el doctor Weber rechazo. Una no, ¡tres proyectos de tesis rechazó el doctor Weber!. Einstein terminó desarrollando su tesis sobre las dimensiones moleculares en un trabajo extraordinario de sólo 17 folios en 1904. Y en 1905, publicó su famosa Teoría de la Relatividad. Nunca se reconoció ayuda por parte de Mileva, pero ella estuvo a su lado y años más tarde, en 1921, cuando recibió el Nobel, le entregó el cheque íntegro a Mileva, de la que ya estaba divorciado y casi no mantenía relación. ¿Acaso un reconocimiento a su ayuda? No se sabrá. Lo que sí se sabe es que el Doctor Weber probablemente no pensaba que enfrente suya se encontraría la mente que cambió el razonamiento físico de la humanidad y el símbolo futuro de los genios.
Otra leyenda científica que también tuvo momentos complicados fue Charles Darwin. Hoy en día nadie pone en duda su teoría de la Evolución, y se ha convertido en un símbolo de los estudiantes de la naturaleza. Sin embargo, el joven Charles, fue, junto con su hermano Erasmus a la universidad en 1825 para estudiar medicina. Le parecía algo tedioso e insoportable, así que tres años después, su padre decidió que ya estaba bien de estudiar y lo mandó a estudiar letras para que se volviera pastor protestante. Pero, lo que son las cosas, en esa escuela se topó con un profesor llamado John Stevens Henslow que le introdujo en una nueva corriente religiosa de la época que se estaba poniendo de moda y que era el germen de los primeros naturalistas, una corriente llamada la teología natural. Y ahí encontró la piedra que le faltaba por encajar. Después de un año complicado, se aplicó en este campo y consiguió, por fin aprobar. Poco después su profesor Henslow le ofreció un puesto de naturalista sin retribución que aceptó. La historia de después ya la sabemos.
Hay miles de ejemplos más, Picasso, Unamuno, Balzac, el propio Churchill o incluso Bill Gates (bueno, este nunca ha sido un genio, fue más bien un hábil hombre de negocios), pero para terminar, voy a contar quizás la historia que más me gusta, porque la escuché de pequeño y que aún hoy me llama la atención de cómo la administración puede pensar que la gente no tiene corazón. Es la historia de Giuseppe Verdi. Verdi nació en un pequeño pueblo del ducado de Parma, donde ya recibió algunas clases de música. Más tarde fue a vivir a Busseto donde su maestro Ferdinando Provesi le daba clases. Consiguió ser el organista de la Iglesia del pueblo, pero era un pueblo pequeño y si quería progresar tenía que ir a Milán y allí fue, para seguir su carrera gracias a Antonio Barezzi y aun préstamo del banco de su pueblo. Intentó entrar en el conservatorio, pero no fue admitido y tuvo que buscarse un profesor particular durante varios años. Este profesor, master concierto en La Scala sí consiguió sacar de Verdi lo que se esperaba de él y lo formó muy de cerca hasta que en 1839, siete años después de su rechazo, consiguió estrenar su primera ópera, “Oberto”. Después de ella, “Nabuco”, “MacBeth”, “Riggoletto”, “Aída” y tantas otras que todos recordaremos. Ya casi anciano, la ciudad de Milán decidió darle un homenaje, nombrando su conservatorio con su nombre. Conservatorio Guiseppe Verdi se llamaría, pero Verdi, en un gesto medio arrogancia medio dignidad se negó. El nunca había podido formarse en ese conservatorio. Sin embargo, ya fallecido, sus familiares si aceptaron el ofrecimiento y actualmente se llama así, Conservatorio Giuseppe Verdi, aunque no deja de ser curioso.
En realidad debe ser complicado adivinar lo que te viene con unos gestos o en ciertas circunstancias, pero hay genios universales que parecían no dar con la clave, hasta que encuentran a alguien que consiguen que saquen lo mejor de uno. Eso sí, seguro que, pasado el tiempo, sus maestros pensaron “si lo se, me callo”.